
El Barón
Llegó a España en mil novecientos treinta y ocho, a finales, con todo el camino allanado.
Con toda su gente.
Con todo su equipo.
Detrás de él.
Él siempre, el primero.
Por eso muchos le seguían ciegamente. Hasta la Gloria.
O hasta la muerte.
Siempre hasta el final.
Con sus quinientos hombres.
Y sus doce apóstoles, pues doce apóstoles parecían, sus sombras, sus almas gemelas, sus perros más fieles y leales, sacados de entre la excelencia de sus quinientos.
Nunca le dejaban.
Cualquiera hubiera ido al Infierno sin dudarlo por él. Desde niños adiestrados.
Desde niños adoctrinados.
Apadrinados por él.
El Standartenführer.
El Coronel.
Continuando su búsqueda adonde sus pesquisas, estudios e investigaciones le habían conducido.
Desde la abadía suiza, a la que llegó vía Austria.
El Barón XXXXX, de la Schutzstaffel. La SS.
Según testimonio directo de F. B. Carretero, y del testigo ocular cuyo único rasgo de identidad conocido hasta el momento son sus siglas, P. C. S. y el añadido «Numerario del Grupo por la Gracia de Dios», llegado e instalado en el Campo Santo en el ocaso de la contienda.
Y desde el primer minuto rondando, buscando, siguiendo el objetivo tan celosamente perseguido.
Aunque los Otros ya lo sabían, y le estaban esperando.
Y aunque no pudieron sacar lo que buscaba, salvarlo a tiempo, se quedaron para protegerlo.
Y así lo harían, con su vida.
El Barón XXXXX, coronel de la Schutzstaffel. La SS. Y María Caridad iba con él.
Siempre.
Como su sombra.
Como otro apóstol.
El número trece.